Vida, Muerte y Canciones Para Levantar Al Niño Dios

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Apenas se habían quitado el luto de la abuela, que guardaron con inflexible rigor a lo largo de tres años, y la ropa de color parecía haberles dado un nuevo sitio en el planeta. Rebeca, al revés de lo que ha podido esperarse, era la más bella. Tenía un cutis diáfano, unos ojos grandes y reposados, y unas manos mágicas que parecían elaborar panelessolares-precios.com con hilos invisibles la trama del bordado. Amaranta, la menor, era un poco sin felicidad, pero tenía la distinción natural, el estiramiento interior de la abuela fallecida. Al lado de ellas, si bien ahora revelaba el impulso físico de su padre, Arcadio parecía un niño.

Pilar Ternera fue quien más contribuyó a popularizar esa mistificación, en el momento en que concibió el artificio de leer el pasado en las barajas como antes había leído el futuro. Derrotado por aquellas prácticas de consolación, José Arcadio Buendía decidió entonces construir la máquina de la memoria que una vez había esperado para acordarse de los espectaculares inventos de los gitanos. El aparato se fundaba en la posibilidad de revisar todas las mañanas, y desde el comienzo hasta el objetivo, la totalidad de los conocimientos adquiridos en la vida. Lo imaginaba como un diccionario giratorio que un individuo situado en el eje pudiera operar a través de una manivela, tal es así que en escasas horas pasaran frente a sus ojos las nociones más necesarias para vivir. Había logrado redactar cerca de catorce mil fichas, en el momento en que apareció por el sendero de la ciénaga un anciano estrafalario con la campanita triste de los durmientes, cargando una maleta ventruda amarrada con cuerdas y un carro cubierto de trapos negros.

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En tiempo de Jesús, la ley prescribía en el Levítico que toda mujer debía presentarse en el templo para purificarse a los cuarenta días que hubiese dado a luz. Si el hijo nacido era varón, había de ser circuncidado a los ocho días y la madre debería mantenerse en su casa a lo largo de treinta y tres días más, purificándose a través del recogimiento y la oración. VENID PASTORCITOS Venid pastorcitos, venid a adorar Al rey de los cielos que ha nacido ahora. Hermoso como un sol es nuestro Redentor, niño Dios, nuestro amor, venid, venid, venid. Pastores y zagalas, corramos a Belén, a saludar al niño encanto del Edén.

José Arcadio Buendía lo encontró sentado en la salón, abanicándose con un remendado sombrero negro, mientras que leía con atención clemente los letreros pegados en las paredes. Lo saludó con extensas muestras de aprecio, temiendo haberlo conocido en otro tiempo y ahora no recordarlo. Se sintió olvidado, no con el olvido remediable del corazón, sino más bien con otro olvido más despiadado e irrevocable que conocía muy bien, porque era el olvido de la muerte.

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El tiempo mitigó su propósito atolondrado, pero agudizó su sentimiento de frustración. Se resignó no a ser un hombre sin mujer toda la vida para ocultar la vergüenza de su inutilidad. Hasta entonces, Melquíades germinó de plasmar en sus placas todo lo que era plasmable en Macondo, y abandonó el laboratorio de daguerrotipia a los delirios de José Arcadio Buendía, quien había resuelto utilizarlo para obtener la prueba científica de la existencia de Dios. Mediante un complicado proceso de exposiciones superpuestas tomadas en diferentes lugares de la casa, estaba seguro de llevar a cabo tarde o temprano el daguerrotipo de Dios, si existía, o poner término de una vez por codas a la suposición de su vida. Melquíades profundizó en las interpretaciones de Nostradamus.

YA NACIÓ JESÚS Ahora nació Jesús todo el planeta dice ángeles y hombres todos lo bendicen. Vayamos presurosos por la ruta de Belén y saludemos al niño que nos trae nuestro bien. Los reyes y los pastores andan siguiendo una estrella, le cantan a Jesús niño, hijo de la Virgen bella. ARBOLITO Esta noche es Noche Buena, vamos al monte hermanito a cortar un arbolito pues la noche es serena. Oh, muy, muy dulce Niño Jesús, Cordero de Dios, que has venido al planeta a quitar los pecados de las ánimas. Para que en las noches resulten igual de vistosos, se alumbran con series de focos.

En esa ocasión llegaron con él una mujer tan gordita que 4 indios debían llevarla cargada en un mecedor, y una mulata joven de aspecto desamparado que la resguardaba del sol con un paraguas. Halló a Francisco el Hombre, como un camaleón monolítico, sentado en la mitad de un círculo de curiosos. Cantaba las novedades con su vieja voz descordada, acompañándose con exactamente el mismo acordeón arcaico que le obsequió sir Walter Raleigh en la Guayana, mientras que llevaba el compás con sus grandes pies caminadores agrietados por el salitre. En frente de una puerta del fondo por donde ingresaban y salían ciertos hombres, estaba sentada y se abanicaba en silencio la comadre del mecedor. Catarino, con una rosa de fieltro en la oreja, vendía a la concurrencia tazones de guarapo fermentado, y aprovechaba la ocasión para acercarse a los hombres y ponerles la mano donde no debía. Aureliano escuchó las novedades hasta el final sin encontrar ninguna que le interesara a su familia.

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